“… la intención de resolver la peor pandemia en la historia del género humano de una manera solidaria, equitativa, basada en los valores de la dignidad humana […] fue aplastada por la ambición y el poder del dinero.” El domingo 21 de febrero con el título “Hay que cuidar la esperanza que llegó con las vacunas”, el diario El Espectador* editorializaba con sentido de urgencia la necesidad de defender las vacunas de las falsas noticias y los falsos rumores, que aprovechando la enorme posibilidad de difusión que ofrecen las redes sociales, rondan ese mundo que tanta independencia y tanta pluralidad ha producido, pero al mismo tiempo que ha servido para tanta campaña política, tanta manipulación de la opinión y tanto bullying. Con la intención de contrarrestar los riesgos de campañas contra las vacunas basadas en la explotación de los miedos, especialmente los ‘construidos` sobre la base de truculentas teorías de la conspiración, el editorial recomienda al gobierno el buen uso de la ciencia y el del aparato estatal de comunicaciones para cuidar la esperanza. Y le llama la atención sobre los excesos de utilización política y de imagen alrededor de las primeras dosis de vacunas que, definitivamente, no ayudan. Hasta ahí, total acuerdo. El problema es que, con la mejor de las intenciones, se olvida una larga lista de ‘deslegitimaciones` que el gobierno y las propias vacunas cargan a su espalda y que ’debilitan` la esperanza. Las vacunas, especialmente las de Pfizer y AstraZeneca, las más reconocidas, arrastran varias ilegitimidades. Ninguno de estos reconocidísimos laboratorios desarrolló las vacunas. Ellos son expertos vendedores comercializando los avances científicos de Biontech, el uno, y de la Universidad de Oxford, el otro. Son buenos en el arte de la valorización de sus acciones, objetivo que consiguieron aún antes de vender la primera dosis. Pero la mayor ilegitimidad, la más grave, que tiene en la cuerda floja al multilateralismo, las Naciones Unidas y casi acaba con la Organización Mundial de la Salud (OMS), es que la intención de resolver la peor pandemia en la historia del género humano de una manera solidaria, equitativa, basada en los valores de la dignidad humana fue pulverizada por la carrera por el negocio de la década. Fue aplastada por la ambición y el poder del dinero. Estamos ante un fracaso moral en el manejo de la pandemia, dijo el Director General de la OMS. Usemos la cifra que se quiera. El 75% de las vacunas disponibles están siendo administradas en los países ricos que tienen el 25% de la población mundial. Hay países que hoy no tienen una sola vacuna, mientras elogiamos a Israel y los Emiratos Árabes por haber conseguido más vacunas, más temprano, pagando más por ellas. El mundo es de los ricos. Flaco favor hace a la imagen de las vacunas la imposición de confidencialidad sobre las condiciones de compra con recursos públicos y sobre sus riesgos de largo plazo. También ‘deslegitima` vacunar primero al personal de salud. Las entrevistas triunfales no se compadecen con el hecho de que, después de un año de pandemia y de aplausos solidarios, el problema de las precarias condiciones laborales de los trabajadores de la salud, NO SE RESOLVIÓ. La gran mayoría siguen siendo contratistas. Los residentes no se vacunan porque no son trabajadores. Son estudiantes en entrenamiento y pagan matrícula. Y tampoco ayuda que nos quejemos del mal uso de las redes sociales y el WhatsApp. Al fin y al cabo, fueron usados para movilizar miedos contra en castrochavismo, contra la ideología de género, contra el acuerdo de paz y la Justicia Especial para la Paz (JEP) y por América first, que llevaron al poder a varios gobernantes. El costo de criar cuervos. El Espectador (2021 - 02- 21). Hay que cuidar la esperanza que llegó con las vacunas. Bogotá.
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